Cuando observamos a un cachorro con su madre, en un entorno adecuado donde ella puede atenderlo correctamente, podemos ver que desde las primeras semanas de vida ésta interviene para enseñar cuáles son los niveles óptimos de calma, o relajación, y de actividad, o excitación, para cada situación. Lo normal es que ella también intervenga para detener la sobreexcitación y nunca para interrumpir el descanso del cachorro; de esta forma le enseña autocontrol para que llegue a ser un perro adulto equilibrado.
En cambio, cuando observamos a los humanos con sus perros nos damos cuenta de que no percibimos del mismo modo la sobreexcitación e inicialmente no la valoramos como algo incorrecto o preocupante.